Malas comparaciones

Mientras la sociedad española, y por qué no decirlo, el mundo entero se felicitaban por el avance médico que supuso el nacimiento de un niño hace apenas un mes en Sevilla que sería capaz de salvar a su hermano (siendo compatible para un trasplante ante una enfermedad crónica y genética de la que había sido liberado gracias a la selección embrionaria) la Iglesia sigue dando muestras no sólo de su inmovilismo sino de su dudosa apuesta por la vida. Esa de la que parecen ser los únicos defensores éticos y morales válidos.

Su última demostración la ha puesto sobre la mesa el pasado fin de semana en Ávila el presidente de la Pontifica Academia para la Vida, Elio Sgreccia, quien ha comentado que "el nacimiento del primer 'niño medicamento' en España, contiene una selección humana que recuerda a Hitler". Desde su punto de vista, "la pareja debía tener todos (en referencia a los embriones) los que ha concebido y después, si uno fuera compatible para dar la médula espinal para curar a su hermano, se podría hacer".

Se rasga las vestiduras la jerarquía eclesiástica ante la posibildad de salvar a un niño gracias a la selección de embriones y lo compara con un genocida al que apoyaron veladamente durante la II Guerra Mundial. Sus actuales ansias por distanciarse de la barbarie nazi les hace olvidar que durante la misma fueron un testigo mudo de las atrocidades de la guerra, apostaron por la subida del fascismo de Mussolini y fueron un pilar básico del Nacional Catolicismo de Franco. Ahora, esa jerarquía eclesiástica dirigida por Ratzinger, que curiosamente se olvidó de su defensa por la vida cuando le llegó el turno de alistarse en el ejército de Hitler en la II Guerra Mundial (se olvidó entonces de los mártires a los que tanto idolatra ahora) compara los avances de la medicina actual con las prácticas de las SS.

Cuando la Iglesia se pregunta por su cada vez mayor alejamiento de la sociedad nunca se plantea la radicalización de sus posturas, que le llevan a equiparar un avance médico saludado con entusiasmo por la sociedad con las prácticas nazis. Sus posturas bioéticas, defendidas a capa y espada por Elio Sgreccia, habitual conferenciante en países como Argentina y Chile, rayan la radicalidad propia del inmovilismo de las religiones actuales, inmovilistas. Sus posturas son ámpliamente conocidas por su rechazo, a ultranza, de la eutanasia, "una idea perversa de la libertad" (Desde México, Periodistadigital.com), o del patrimonio del genoma, "en sus virtudes o defectos", aunque estos mismos lleven a la muerte.
La jerarquía, que no las bases, de la iglesia se han instalado en una radicalización absurda en la que promueven no una defensa, justificable, de sus posturas cristianas, sino una defensa a ultranza de posiciones indefendibles. Sus opiniones acerca de que la única moral válida es la suya les hace caer en una espiral de autocomplacencia a la que contribuyen escasos, pero suficientes, medios que les otorgan un protagonismo que realmente no tienen en la sociedad. Ante apenas 15 personas Elio Sgreccia puso sobre la mesa su radicalismo, del que el Diario de Ávila quiso dar buena cuenta en portada en su edición dominical como si de un gran acontecimiento se tratara.

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